Hace 40 años, pues, que vendo humo. Un humo que ayuda a ascender a productos que no me pertenecen. Un humo que ayuda a engrosar la fortuna de mis clientes.
Conservo muchísimos vídeos, fotos y books con recortes de prensa, de mis inicios, donde pueden verse espectaculares decoraciones efímeras, originales montajes, shows, y actuaciones que organicé para distintos eventos.
Entre el año 70 y el 86, pasé todos los otoños en Nueva York, que es la mejor temporada. Fue en esa ciudad donde aprendí todo sobre mi profesión, mientras me dedicaba al periodismo, fotografiando y entrevistando a todo tipo de personajes, en fiestas privadas, en sus casas, o en actos de promoción.
En Nueva York aprendí a mezclar a la gente: Aristócratas, alta sociedad, artistas, intelectuales, periodistas, modelos, y personas nada famosas y sin poder adquisitivo, pero con una gran personalidad, con un físico impactante, o con un look original. Ese era el vanguardista cóctel neoyorkino, y es el estilo que pretendo aplicar siempre a todos los actos que organizo.
En esos años, los medios describían cada detalle de los eventos: la ubicación, la decoración, el catering, los shows , las actuaciones en vivo, y la lista de los asistentes.
Hoy día la cosa ha cambiado muchísimo. El montaje, por precioso e impresionante que sea, no interesa a los medios. Ahora interesan las caras famosas, muy a menudo, pagadas a altos precios.
Hoy día, el calvario del Relaciones Públicas empieza con el nuevo perfil de cliente que, por regla general, solo quiere invitar a personas con poder adquisitivo, sea cual sea su pinta. Y eliminan de los listados a unos que dan buena imagen, si no son potenciales clientes. Por esta razón, muchos eventos carecen del más mínimo glamour.
Con esta relamida frase quiso decir que en mis listados había mucha gente “muy bien”, pero que en esos listados faltaba el nuevo dinero. Cosa incierta, pero que da una idea de cómo van los tiros en esta profesión…
Una vez firmado un acuerdo con el cliente, llega el momento de crear el tarjetón de invitación. Ahora impera una absurda moda que consiste en escribir, sobre cartulina negra, con tinta blanca, dorada o plateada, y una letra muy pequeña que resulta de difícil lectura. Un verdadero engorro para el invitado.
Para abreviar, pasaré por alto las reuniones con agencias de azafatas y las reuniones para diseñar la decoración, la iluminación, etc., para llegar a la prueba de catering. Algo que, para mí, se ha convertido en una verdadera tortura gastronómica.
Y como casi todos los caterings quieren emular la cretividad de El Bulli, sus pretensiones culinarias de rizar el rizo resultan demenciales: Pastetas varias sobre cucharas de sopa china, de modo que el invitado parece que está tomando una medicina; largas brochetas, cuyos palitos acaban tirados por los suelos y mesas; chupítos de contenidos misteriosos, en vasitos-tubo, que chocan con la punta de tu nariz. Montaditos que se desmontan en el momento de cogerlos, y que rezuman salsas y aceites que pueden manchar la ropa del invitado. Canapés demasiado grandes, a los que hay que dar varios mordiscos, y que si no gustan son abandonados sobre cualquier mueble, con la antiestética marca de la dentellada, etc.
He pasado media vida corrigiendo presentaciones de catering, con la consiguiente indigestión.
Luego llega el momento de enviar la invitación. El Correo es bastante desastre, y las empresas de reparto y las mensajerías tampoco funcionan muy bien, por lo que sufres durante varios días pensando que las invitaciones no están llegando a su destino.
En la invitación, cuando es nominal, consta un número de teléfono o un e-mail para confirmar la asistencia. En este país, solo un 20% de los invitados confirma. Conocer con tiempo el número aproximado de asistentes es importantísimo para el organizador pues, de ese número, dependerán: la cantidad de catering, vajilla, azafatas, mobiliario, luces, seguridad, etc.
Hay veces que es necesario llamar por teléfono a 500 personas. Y la secretaria de turno se cansa de oír: “Ahora no está el Señor”; "Llame mañana”; “Todavía no sé si podré asistir", o “No me ha llegado la invitación” (¡mentira, la tiene sobre la mesa y no se ha enterado, o la ha tirado, en un descuido a la basura!), etc.
Muy poca gente lee las invitaciones. Algunos, tarjetón en mano, te preguntan: “¿Y qué día es? ¿Y a qué hora es?”. Y otros se confunden de día y hora, y se presentan una semana antes.
La convocatoria de prensa también tiene su jugo. La pregunta del millón es: “¿Qué famosos asistirán?”. Si el cliente ha contratado, a golpe de talonario, a unos famosos, puedes arriesgarte a dar sus nombres. De lo contrario es siempre un misterio, y no sabes que contestar.
Yo nunca he sido partidario de que el famoso cobre, tan solo por asistir a tomar canapés en un acto. El famoso debe cobrar solo cuando hace las veces de presentador, desfila sobre una pasarela, actúa, o es imagen de la marca del sponsor.
Para mí, lo más odioso de los festejos de hoy día es el llamado: Photocall. Ese horrible panel en el que se ha estampado, hasta la saciedad, el logo de la marca del patrocinador, y que es lo único que aparecerá, del evento, en los medios de comunicación.
Yo estoy seguro de que los espectadores estarían encantados de ver imágenes de lo que pasa en la fiesta, la decoración de las mesas, etc., como si hubiesen asistido.
El horrible panel se ha hecho lamentablemente imprescindible para que los lectores o televidentes se enteren de quién patrocina el evento. Porque los reporteros, “alcachofa” en mano, interesados únicamente por la vida privada y los devaneos del famoso, no suelen mencionar, ni preguntar nunca nada sobre el producto que se está promocionando.
Muchos odian posar delante del photocall, al que llaman “El paredón”, y son expertos en el arte del escaqueo. Otros, delante de las cámaras, adoptan unas posturitas pretendidamente sexy que rozan el ridículo.
Al final solo cambia el panel con los logos, porque los famosos, acribillados por los flashes y abrumados por preguntas indiscretas, son casi siempre los mismos. Y, en consecuencia, muchas personalidades, realmente importantes, se niegan a asistir, hoy día, a actos a los que, hace unos años, acudían encantados.
Y cuando, finalmente, llega el día del festivo “parto”, los nervios están a flor de piel. Unos invitados que no han confirmado su asistencia, asisten; otros, que previamente han dicho que no podrán asistir, llegan con la cuñada, su prima y un amigo. El personaje importante, a quien esperan con ansiedad los fotógrafos y cámaras, llega siempre demasiado tarde, y algunos medios, hartos, o porque tienen que cubrir otro evento, ya se han marchado. Lo que te obliga a contratar fotógrafo y cámara de vídeo para después hacer llegar a los medios las imagenes.
Aunque en la invitación se especifique que hay que asistir vestido con: “Traje de cóctel”, muchos invitados, especialmente en Barcelona, que en el tema de eventos sociales está cayendo en picado, aparecen en jersey y vaqueros.
Por suerte, además del desaforado cotilleo, existe un sector de periodistas serios, con los que hay que tener mucha diplomacia y mano izquierda, para no caerles en desgracia, cosa que me ha ocurrido, por suerte, tan solo en un par de ocasiones.